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Sobre Arte y Fotografía Flamenca

El Chocolate, La Carbonería, Seville, 1983

Muchas han sido, a lo largo de los años, ya abundantes, las fotografías que sobre temas y presonajes flamencos me han sido dadas a ver. Simplemente ningunas han causado tanta impresión visual ni tanta conmoción interior en mi como la colección, recien conocida ahora del Sr. Gilles Larraín.

Sus trabajos estaban asociados en mi mente a sus antológicos retratos de Miles Davis, Baryshnikov, al círculo de Andy Warhol, o de Salvador Dalí. Muchas de esas fotografías forman ya parte de la memoria visual colectiva de nuestro siglo: el de la imagen por excelencia.

No tenía ni la menor idea de su amor hacia España, el Flamenco, y los flamencos. Ahora, inesperadamente y grácias a la gentileza de la poeta y editora Trina Bardusco, las fotografías del sr. Larraín que reflejan ese mundo, han llegado, por fin, hasta mis manos. Al igual que la notícia de su más que buen hacer con la guitarra flamenca, (la mítica sonanta, la bajañí), y la labor de divulgación que en su conocido y frecuentado estudio del Soho neoyorquino ejerce entre los artistas cercanos y menos cercano a su círculo, flamencos o no flamencos.

Angelita Gómez y Manuel Morao, 1983

Aqui si es válido de pleno derecho el decir que no estamos tratando de simples fotografías, más o menos agraciadas o fortuitas, (resultado de un afortunado “safari”) sino de auténticas obras de arte, fruto, pues, de una profunda reflexión cultural y de un conocimiento exhaustivo del objeto o las personas enfrentadas a la lente de una cámara. La técnica, desgraciadamente ya en plena decadéncia y desuso del “trabajo en cuarto oscuro”, muestra aqui como sigue siendo completamente válida, imprescindible, para que se produzca ese extrañísimo paso mágico que conduce desde la foto-documento, foto-reportaje, a la obra de arte personal, única e irrepetible.

Bajo los efectos de la emoción escribo estas líneas. Nada más lejos de mis propósitos que ejercitar un forzado ditirambo de cortesía. Nada más cerca de mis deseos que hacer justicia a un magnífico trabajo realizado por una persona a la que tan siquiera tengo el placer de conocer.

La Perata y el Lebrijano en su casa, 1983

De un Changuito y un Potito retrocedidos en el tiempo como por arte de una vieja alquímia hasta el impecable retrato (barroco a fuerza de senzillez), de Manuel Morao, las imágenes de la Perrata y su hijo el Lebrijano, del recientemente desaparecido Farruco o de un Antonio Nuñez “Chocolate” que se nos antoja atravesando la negra puerta de la inmortalidad, (y esto por sólo citar algunos ejemplos de una amplia colección) desfilan ante nuestros sorprendidos ojos y regocijado corazón gran parte de los mitos de la música flamenca.

Nada más puedo decir yo que ustedes ya no sepan. El dicho popular lo reza: una imagen vale más que mil palabras. Y una sola de las imágenes de Gilles Larraín, con seguridad, vale más que mil.

Yo, desde el primer momento justo en que vi la primera de estas obras, le pedí a la srta. Trina Bardusco le hiciese llegar a Larraín, amén de mi admiración, el brindis de toda la ayuda que en mis manos y en mi limitado cerebro haya, para que esta obra descomunal pueda ser gozada y compartida por el mayor número posible de paises.

Exposiciones y el formato-fijador y definitivo de un libro que recoja con todas las posibilidades técnicas que hoy podemos disponer tal documento, serían primeros pero definitivos pasos. Y la presencia de Gilles Larraín entre nosotros, no sólo con el fin de completar y actualizar su ya de por si gran colección, sino por compartir sus experiencias, sus métodos, y su sensibilidad serían digo, un preámbulo imprescindible.

Farruco y Carmen Segura, Seville, 1983

Que este autor y esta obra hagan su presentación oficial en nuestro país, lugar de origen y desarrollo del arte y de la música flamenca, es una oportunidad demasiado grande que no podemos dejar escapar ni dilatar más en el tiempo. No se trata de un lujo ni del simple reconocimiento de un trabajo ejemplar. Hablamos de algo mucho más serio y trascendente. Una obligación para con un artista, un tal Gilles Larraín, flamenco como la copa de un pino. Un artista al que desde estas apresuradas líneas saludo con la palabra y la expresión, tal vez, más hermosa del mundo flamenco: “ Olé, Tú”.

Carlos Lencero
Sevilla, Otoño, 2000

Mario Maya, Sevilla, 1983
Potito y Changito, la Carbonería, Sevilla, 1983